sábado, 28 de agosto de 2010

LA FIGURA ABYECTA DE LA ESCLAVITUD

Una de las figuras institucionales más abyectas que ha creado el hombre, la más despreciable y vil, fue la esclavitud. Se da cuenta de ella desde tiempos inmemoriales en las más remotas crónicas de la humanidad. En documentos bíblicos se informa de la existencia de siervos y esclavos. Abraham tuvo la esclava Agar de cuyo hijo Ismael proviene la civilización arábica. Los hebreos a la vez fueron esclavos de los egipcios en los tiempos de los faraones. Para los griegos, la esclavitud no sólo era indispensable sino algo natural. El cristianismo primitivo no la puso en entredicho. La esclavitud significó para los antiguos una forma de ejercer el poder. En la Edad Media, se produjo una gran época de florecimiento de esta forma de dominación, se incrementó el comercio de esclavos con el descubrimiento de América. Es decir, el tráfico de seres humanos desde África hacia estos lugares fue lucrativo para los que se aprovechaban de esta reprochable figura. En las confrontaciones bélicas primitivas se tomaban los prisioneros de guerra y se les sometía a la servidumbre y a la esclavitud. Se tuvieron que suceder muchos siglos y hasta milenios, para que esta figura oprobiosa, que llena de pena y vergüenza a la especie humana, fuera erradicada de la sociedad. La palabra raza, cuyo significado es linaje, alcurnia, la inventaron los esclavistas para justificar sus desmanes de someter a su semejante a la servidumbre. Pero si revisamos con perspicacia el concepto social y político que la esclavitud tuvo en toda la época de su vigencia, podríamos encontrarnos con elementos propios que nos darían razones para exponer que su extinción no ha sido del todo efectiva. Todavía está vigente en los estudios antropológicos y en el lenguaje político la palabra raza, que es una forma de discriminación al clasificar a los seres humanos por la intensidad de la pigmentación de la piel. No podemos decir que definitivamente la esclavitud ha llegado a su fin. Hoy todavía existen formas de someter a las personas a designios personales. Una de ellas es la intención del dominio ideológico que, sin duda alguna, es una forma de esclavitud. El pensamiento político obligado hace en todo tiempo y lugar generar una estructura esclavista; el sometimiento a la ideología única es una clara manera de esclavitud. La libertad de la especie humana debe ser integral: de cuerpo y pensamiento; porque al cercenar el derecho a ser libre de una de ellas se está imponiendo la figura de la esclavitud. Nos atrevemos a afirmar sin ambigüedades que existen palabras capaces de comprometer a quien las enuncie como poseedor de un inconsciente colectivo que reafirma una conducta o forma de esclavitud. Una de ellas pudiera ser, llamar a alguien con la palabra negro. Es cierto que este vocablo en América Latina tiene un significado familiar y hasta cariñoso para los habitantes de este lugar de la Tierra. Pero en los Estados Unidos, decirle a alguien negro, por el pigmento de la piel, es una ofensa. Cuando se hace referencia al reciente electo presidente de los Estados Unidos Obama Hussein Barack, escuchamos algunos comentarios sobre su ascendencia, y dentro de ellos, el que aparece con mayor asombro es el calificativo de primer presidente de los Estados Unidos negro. De acuerdo a informaciones sabemos que el presidente electo de los Estados Unidos es hijo de una mujer de origen anglosajón con un hombre originario de África y esto se ha utilizado como algo fuera de lo común en la sociedad estadounidense. Claro, la historia de los Estados Unidos ha estado envuelta desde sus orígenes en una constante lucha en contra de la discriminación por la condición originaria de los ciudadanos que vinieron obligados a América desde África en épocas de la colonia y en esta lucha social también debemos incluir a los primeros habitantes de estas tierras americanas, es decir los aborígenes. Por esta razón es que muchos políticos y analistas ven como extraordinario el ascenso al poder de Obama. Sin embargo ya es tiempo que el asombro que causa este suceso se diluya en el entendimiento de que el ser humano es y será para siempre un ser de este planeta Tierra cuyas diferencias pudieran estar, más en su forma de pensar y en sus sentimientos que en la insignificante condición de poseer una piel más o menos cargada de la substancia que la oscurece o la aclara.

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