lunes, 13 de abril de 2009

EL INQUIETO ANACOBERO DE SALVADOR GARMENDIA

Copio este cuento de Salvador Garmendia para ofrecerlo a los lectores de este Blog. Aquí va, entonces. Léanlo por favor.

EL INQUIETO ANACOBERO:

-No, yo hace muchos años, muchos que no veo a Daniel- dijo el
gordo y se espantó una mosca que le andaba por el entrecejo.
-Ni siquiera sabía que él estuvo en Caracas últimamente y mucho
menos que anduviera con ustedes en La Pompadour.
-¿Cómo? ¡Nos bebimos seis botellas de whisky! Amaneciendo Daniel
tuvo que irse para el aeropuerto porque tenía que coger el avión a
Nueva York. Ahora debe estar cantando en el Waldorf con la Sonora.
-Yo no lo veo hace años. Me dicen que está entero, feliz, bebiendo como
un loco. Dicen que parece un muchacho. ¿Qué edad tendrá, tú sabes?
El negro, un negro cenizoso, grande, larguirucho que parecía un
tronco quemado tardó un buen rato en reanudar la charla. Acababa de
entrar un grupo de hombres a la capilla y él los observaba con desaliento,
como si se doliera de no reconocerlos.
-Yo recuerdo la primera vez que Daniel estuvo en Venezuela. Fue en
el 52, creo. Seguro en el 52 o en el 53, me parece. Tú debes acordarte,
porque en esa época fue cuando trajeron a Boby Capó para El Monumental.
Yo andaba con una catira preciosa...
-Yo no, yo lo conocí después, en el Pasapoga, un domingo, ¡coño!
¡En los vermouth del Pasapoga! El andaba enredado en la cuestión de
Puerto Rico y lo último que había compuesto era el hit Ayúdame cubano,
¿te acuerdas? Entonces le consiguieron un paquete de cocaína en el
hotel y lo expulsaron del país por revolucionario, además.
Los dos hombres habían abandonado el salón y salieron a un pequeño
jardín sembrado de pinos redondos. Amenazaba lluvia. El calor
era húmero y lento.
-La que tenia formado el alboroto entonces- dijo el negro- era Miss
Panamá, a la que después le decían La Tamborito, cuando vino para los
carnavales del Roof Garden y se quedó aquí como seis meses en el hotel
Dossier
Tiuna, donde había show todas las noches. ¿Tú no estabas ahí cuando el
General le dio los tiros?
-¿A quién?
-Al negrito Happy. Tú debes acordarte del general. A la hora que tú
llegaras al Tiuna, ahí estaba el General, entrando, saliendo, discutiendo,
jugando dominó, jugando póker... Se había vuelto loco con Miss Panamá
y no la desamparaba ni un momento. A las siete de la mañana se
aparecía en el hotel con un ramo de flores y si tú pasabas al mediodía lo
veías en el bar con la guerrera abierta y una pistola en la cintura, rajando
whisky como con veinte tipos que se lo vivían. Pero ella no le daba ni un
chancecito. Esa tipa sabía en lo que estaba, palabra. Veinte veces le tocaba
en la habitación, tun, tun, tun, tun, tun y ella no le abría ni de vaina.
El General brindaba con champaña a todas las mujeres del show y al
mes ya estaba medio loco con aquel chaparrón de carne que le caía
encima todas las noches. ¡Pero que va! La Tamborito nunca estaba sola
ni de vaina: andaba con su representante, con su manager, con su
chaperona, una vieja que vendía relojes de contrabando; con su publicista,
andaba con medio mundo... y mientras tanto, el negrito Happy seguía
por ahí, tú sabes, tranquilo, como si no fuera con él. ¿Tú te acuerdas?...
Era un negrito flaco, medio resbaloso, confianzudo que andaba pelando
los dientes todo el día. Cargaba zapatos de dos tonos y un sombrerito
medio raro, con una pluma. El era el que animaba el show y decían que
era chulo de la Bámbola, aquella que hacía desabillé vestida de muñeca.
Además, tenía fregado al General con el póker. Coño, se lo estaba comiendo
vivo el negrito, carajo...
-Cucurucho... - rezongó el gordo, que se había sentado en un pretil
y parecía un montón de trapos con una cabeza de viejo encima.
-Mira: ¡al que se atreviera a decirle Cucurucho al General, así fuera
en juego, le metía un tiro! Pero se descubrió la cosa la noche en que la
esposa se presentó en el show de repente. ¡Mi madre! Esa noche tocaba
Salvador Muñoz, que era en ese momento el mejor organista del mundo
hasta que apareció el Órgano que Habla y aquello era pura música panameña.
El General, que ya estaba medio rascado se puso a bailar
tamborito con Miss Panamá, ellos solos en la pista y todo el mujerío
rodeándolos. ¡Un alboroto del demonio! Y en eso se presenta la mujercita:
una insoria de mujercita, retaca, pequeñita que lo que parecía era
hija de él. Entonces empezó a gritar como loca: ¡Cucurucho, Cucurucho,
Cucurucho, mi amor! y se le guindó del pelo a Miss Panamá, ese
mujerón grandísimo con un culo descomunal, y no se le soltaba chillando
y pataleando como una mona. La tuvieron que sacar arrastrando. Así
pasó un mes, más o menos. Primero el General estuvo unos días sin
venir y después se apareció como si nada; pero serio, sin hablar con
nadie para que nadie se atreviera a molestarlo por lo que había pasado.
De ahí se empezó a hablar de que Cucurucho había puesto el divorcio y
que se casaba con Miss Panamá. Había comprado abogados y demás
para que lo divorciaran en un mes y la fiesta la iban a hacer allí mismo
en el hotel. Lo cierto fue que nosotros estábamos en el comedor, allá, en
un almuerzo con Dark Búfalo que peleaba esa noche por la máscara con
el Chiclayano...
-Yo sé, claro... - el gordo, que había permanecido cabizbajo y como
agobiado, despertó de un pinchazo en la nuca-. Estaba Johnny Albino y
su trío que habían llegado dos días antes de Barranquilla...
-...todo con periodistas y demás. Yo vi cuando La Tamborito se
levantaba en un descuido y se iba calladita y después vi al General que
estaba blanco de la rabia y que también salió del comedor en carrera y
de pronto ¡¡pin, pan, pun, parán, pin, pun!! Se oye aquel alboroto en el
piso de arriba y era el General que había roto la puerta del cuarto de
cuatro patadas y ¡pin, pin, pin! le zampó tres giros al negrito Happy que
estaba singándose a La Tamborito en la cama. No le pegó ni uno, pero el
negrito estuvo tres días desmayado en el hospital y no lo volvieron a ver
más nunca.
El grande se escarbó un diente de oro con la uña.
-Yo creo- dijo el otro-, que esa tipa no era Miss Panamá. A lo mejor
era una puta; pero no era Miss Panamá.
- ¿Por qué?
- ¿Tú no la viste, pues? Era una vieja. Al principio parecía joven;
pero a lo último, cuando fue perdiendo cartel... y resultó que la chaperona
le robó unas prendas a una gringa, y a ella terminaron botándola porque
debía tres meses de hotel, entonces se fue descuidando, le embargaron la
ropa... andaba por ahí rondando y ya se veía que era una vieja.
-Es lo más probable... Eso fue en el 53, me parece. La Gata tenía el
mejor burdel de Catia en esos años. El Tíbiri Tábara, cuando aquello
era de categoría. La Gata se llamaba María Luisa Saavedra. Era una
mujer que tú la veías salir de Ketty Myrian y creías que era una tipa de
la jai. Cuando Louis Jouvet llegó a Caracas, Papillon le dio un banquete
en La Pastora con las mujeres más bellas de Caracas. La cocaína la
servían en platicos de dulce y La Gata era la mujer más elegante;
nadie supo quién era, toda la alta sociedad se comió el trazo.
-Era una tipa cojonuda.
-Bueno... Cuando Daniel terminaba en el Sans Souci, tan, tan,
tan, tan, tan, se iba con un grupo para el Tíbiri. A veces iba por ahí
Caca el Pregón que iba a ser campeón pluma antes que lo jodiera el
aguardiente. Iba también un ventrílocuo que le decían el Profesor
Dilmer y un aviador de la Taca que era el que les traía la cocaína. Esa
noche estábamos allá, bebiendo whisky, dos preparadores y un jockey
y uno que le decían Lengua e Gamuza... ¿Te acuerdas? Ahí, en esa
mesa, ¡ahí!, Daniel compuso una madrugada ese bolero Sálvame al
Diamante Negro. Resulta que el Diamante estaba enfermísimo, se
estaba muriendo el Diamante. Había gente que lloraba en las calles.
Las radios pasaban boletines cada diez minutos y en la clínica había
una manifestación de gente. ¡Se muere el Diamante, carajo! Y Daniel
que llega, se sienta ahí, calladito y zas, zas, zas, zas, zas, zas,... escribió
ese lamento que era una invocación a la Virgen de Coromoto.
¡Ahí, en esa mesa donde estábamos! ¡Se salvó el Diamante, pues! O
fue que se salvó o que se iba a salvar de todas maneras; pero se salvó.
-Ahí fue que Tomasito peló bolas.
-Ahí fue. Tomasito siempre había pelado bolas, pero como esa
vez no. Fue demasiado pelabolismo esa vez.
-Demasiado.
-Vino y se enamoró... Era que Marmolina era la mejor hembrita
que tenía La Gata, después de Chucha la dominicana. Yo a ella le
conocía la historia, porque vino con una revista española que estuvo
como un mes en el Teatro Caracas... Trabajó primero en Mi Cabaña y
después en El Chama, hasta que se enredó con uno que tenía arrendado
el Coney Island... era isleñita, de Canarias... Ése se la llevó para
Maracaibo, la dejó por allá y parece que estuvo tres meses presa. Al
tiempo fue que se apareció en el Tíbiri. La Gata le tenía cariño. ¿Tú
crees que se llamaba Marmolina o que le decían Marmolina?
-Yo creo que se llamaba Marmolina. Tú sabes que cualquier cosa
es un nombre para una puta.
-Cualquiera se hubiera podido enredar con Marmolina, pero
Tomasito se empepó demasiado. Estaba loco, vale; tú te acuerdas.
Loco. La celaba, no la dejaba en paz, hasta le había propuesto matrimonio.
Y esa noche, nosotros estábamos en la mesa y Marmolina ahí,
con Tomasito, cuando llegó Daniel del Sans Souci. Esa noche venía
contento y muerto de la risa y echándole bromas a todo el mundo. Se
había traído a los muchachos; uno así, pequeñito, que tocaba charrasca;
el Nagüe, que era el pianista que tenia un montuno bárbaro y
aquel saxo español que era arreglista. Alegre, ¿sabes por qué? Porque
había recibido ese día una carta de Linda y tú sabes que lo de Linda
era verdad, eso lo sabíamos nosotros, era una carajita cubana bellísima
que lo tenía loco y él le vivía escribiendo canciones. Marmolina
esa noche estaba medio arrebatada y al verlo, zas, se le tiró encima,
histérica de bola y se lo llevó casi arrastrando para el cuarto y desde
afuera le oíamos los gritos, hasta que Tomasito se arrechó de repente
y le empezó a dar patadas a la puerta: “¡Marmolina!... Marmolina!”,
desesperado, “¡mi amor, coño!” y ella le gritaba desde adentro: “¡Vete
al carajo comemierda!” Entonces él empezó a tirar mesas y a repartir
trompadas como loco, nadie lo podía contener y de repente,
¡chupulúm!, salió Marmolina desnuda en pelota y le voló encima y le
entró a zapatazos y a patadas hasta que lo puso en el suelo y le seguía
dando y dando y por fin se aquietó aquella vaina y el pobre Tomasito
quedó llorando ahí en el suelo como un carajito, llorando como un
pobre pendejo y después La Gata lo sacó a empujones.
Siguió un largo silencio.
Ahora la capilla desbordaba de gente. Parecía que se acercaba el
momento.
-Daniel se acordaba de todo, de todo.
Parecía un muchacho...
-Bueno, no me habló de ti, la verdad; pero yo te nombré una vez
no sé por qué y él se me quedó mirando un rato y le brillaron los
ojitos y ¡zuas! se echó a reír; pero sabroso, como en aquel numerito
con la Sonora que ya no se escucha por ahí: “ja, ja, jaaaaa...no puedo
aguantar la risa que me daaaa...”
-A lo mejor se acordaba de algo.
-Quizás. Pobre Tomasito, ¿no? El sábado nomás lo encontré en el
Alí Babá; tenía tiempo sin verlo, meses. Estaba con un grupo, tranquilo:
aquel salvadoreño que fue representante de Xiomara Alfaro y
un enano que le dicen Topo Giogio. Me saludó y hablamos y no
parecía...
-Bueno... eso llega en cualquier momento.
Entonces se unieron a un grupo que entraba a la capilla. Los empleados
salían a la calle cargando cantidades de coronas.
-¿Sabes lo que está bastante bueno últimamente? -dijo el negro-.
El Todo París. Hay dos brasileras de espanto. Si quieres, después del
cementerio nos juntamos...
-No puedo viejo. No sé qué me pasa... Ahora no me provoca
nada.
El negro le dio una palmada en la espalda.
-¡Coraje, hermano!... ¿Qué? ¿Nos arrimamos a la urna?
-Yo no. Después que se lo lleven me voy para la casa. Tengo ganas
de dormir temprano.
* Salvador Garmendia. Antología casual. México. UNAM. Difusión Cultural. 1995.
* Salvador Garmendia. Antología casual. México. UNAM. Difusión Cultural. 1995.